Este día fue sin duda uno de los mejores de mi viaje. Un lugar increíble, encontré mi comida taiwanesa favorita y el templo que más me gustó del país. Aquí te contaré mi viaje al Lago Sol y Luna.
Empieza mi viaje solitario
20 de marzo de 2023
Por la mañana me levanté con muchas energías porque tenía ganas de visitar el lago Sol y Luna. Desafortunadamente, mi pareja no se encontraba bien debido a una reacción alérgica. A pesar de mis intentos para convencerlo de que se viniera, decidió quedarse en el hotel ese día.
Primero, antes de todo, fuimos a desayunar pues venía incluido en el hotel. Afortunadamente, la comida aquí era más variada y estaba más buena que en mi anterior hotel. Pude comerme unas tostadas mientras escuchaba un ascensor que sonaba igual que la BSO de Naruto.
Me despedí de mi novio y me monté en un autobús que me subiría hasta el lago. Fue un viaje de 2 horas que se me pasaron rápido. Me bajé en Shuishe y comencé mi caminata hasta el templo Longfeng. El templo en sí no fue gran cosa, pero se podían sacar unas imágenes preciosas de la entrada con el lago de fondo.
Tras eso, me subí al autobús circular hacia mi siguiente destino.
Mi templo favorito de todo Taiwán
Llegué al templo Wenwu donde ahora sí, tenía unas vistas increíbles del lago. También podía ver a lo lejos la pagoda Ci’en a la que planeaba subir más adelante.
El templo era enorme. Tenía una gran entrada y dos enormes estatuas de leones chinos a los lados. Adentrarme por su interior y subir los distintos niveles fue lo mejor que pude hacer. Llevaba ya vistos muchos templos así que estaba un poco reacia a dedicarles mucho tiempo, pero este os aseguro que merece totalmente la pena.
Sin duda, la parte que más me sorprendió y gustó fue la parte de atrás. Había como una especie de entrada trasera escalonada que destacaba por sus detalles. Me quedé enamorada de esa zona. Os recomiendo encarecidamente este templo.
Mi comida taiwanesa favorita
Tras una hora en el templo, volví a coger el autobús circular (pasa cada hora) y me bajé en el distrito Ita Thao. Tuve la mala suerte de que todo el barrio estaba en obras.
Ya eran las 14.00 así que me puse a buscar un sitio para comer. Había muchos lugares y no sabía bien cuál elegir. Busqué recomendaciones en internet y acabé comiendo en este sitio. Por 50 TWD me compré un Xiānggū gāolí cài bāo (香菇高麗菜包), un bollo frito de champiñones y repollo con canela. Y este fue, sin duda, mi comida favorita de Taiwán. A día de hoy me gustaría volver a comerlo porque os aseguro que estaba delicioso.
Con mi bollo en mano, me senté frente al lago y disfruté del paisaje. A día de hoy, cuando pienso en Taiwán, recuerdo este momento solitario lleno de paz y tranquilidad.
Subiendo la montaña
Cogí el siguiente autobús circular que llevaba bastante retraso cosa que me asustó porque tenía todo los tiempos controlados para volver.
Al bajarme sabía que tenía que prepararme para subir montaña arriba hacia la pagoda Ci’en. Parecía lejana, pero no empinada, así que empecé con buen pie. Desafortunadamente no fue tan fácil como creía. Como ya os he dicho en otra ocasión, las escaleras y yo no nos llevamos muy bien por lo que fue un poco duro para mí.
Eso sí, no me arrepiento porque cuando llegué a la pagoda, estaba literalmente sola. No había nadie más ahí arriba, solamente yo. Fue un momento liberador.
Me pasé todo el tiempo echándome fotografías y estuve a punto de subir a la cima para ver mejor el lago. Sin embargo, el dolor de pies y el cansancio me hicieron renunciar a subir los 12 pisos que tiene. Me conformé con subir uno.
Montando en ferry
Tristemente tuve que abandonar esta preciosa pagoda para retomar mi ruta. Durante la bajada me encontré a varias personas subiendo y me sentí afortunada de haberlo disfrutado sola.
Al llegar a la carretera, hice una pequeña pausa en el templo Syuentzang. En este momento, me planteé coger otro autobús para bajar al puerto o adentrarme por un sendero. Mi sentido aventurero ganó y fui hacia el puerto pasando por un sendero envuelto en naturaleza. Me gustó mucho esta parte del recorrido, especialmente porque fue cuesta abajo.
Una vez en el puerto, quería llevarme la experiencia de haber navegado por el lago, así que me compré un billete con destino Shuishe y me embarqué en lo que sería mi viaje de regreso. Tengo que reconocer que el tiempo no acompañaba el día, había estado todo el tiempo nublado, pero aún así me sentí genial de estar sentada en el ferry observando las montañas que envuelven el lago.
Con esto acababa mi viaje al Lago Sol y Luna.
Cenando fuera
Una vez llegué a Taichung, me reuní con mi pareja y nos pusimos al día. Él había estado conociendo la ciudad de Taichung y me enseñó fotos de un templo muy curioso con una gran estatua dedicado a Guan Di.
Esa noche decidimos cenar fuera y dimos un paseo. En las calles se respiraba tranquilidad así que acabamos en una pequeña tienda con su puesto de calle. Probamos la cerveza taiwanesa y yo acabé comiendo el típico Niúròu chǎofàn (牛肉炒飯), arroz frito con ternera. Mientras charlamos tranquilamente, el perro del dueño se pasaba por nuestra mesa dejándose acariciar.
Mi pareja y yo vivimos en Japón por lo que tener un momento de relax como este es para nosotros un paraíso.
Al día siguiente cambiaríamos de ciudad y nos iríamos más al sur:
Taiwán día 7: el dragón de Kaohsiung