Un día me llegó mi pareja de la nada y me dijo: nos vamos a Tailandia, yo pago todo. Y ese fue el principio de un viaje increíble. Aquí te contaré sobre mi viaje a Bangkok.
La loca llegada a Tailandia
7 de noviembre de 2019
Partimos del aeropuerto de Narita muy emocionados y con muchas ganas de ver qué nos íbamos a encontrar. Era nuestra primera vez en el sudeste asiático así que estábamos nerviosos. Tras un viaje de siete horas (si no recuerdo mal) llegamos a Bangkok. Lo primero que hicimos fue quitarnos la ropa del calor que hacía. Veníamos de unos 15ºC y ahora estábamos a 30ºC.
Eran ya las 23:00 pasadas por lo que decidimos coger un taxi para nuestro hotel. El taxi fue una auténtica locura. La parte delantera llena de cosas, el cristal trasero roto… El taxista era simpático y hablamos bastante. Hasta aquí todo bien, hasta que chocó con una moto. Mi pareja y yo nos asustamos, pero los dos hombres se miraron un rato y siguieron su camino como si no hubiera pasado nada. Fue todo muy raro.
Las primeras impresiones de las calles fueron un poco tenebrosas: vacías, sucias… aunque eso le dio un toque aventurero al viaje. Nuestro hotel estaba situado al lado de Khao San Road y aunque era un lunes por la noche, estaban de fiesta. Fue un choque cultural viniendo de Japón. Nos bajamos del taxi deseando llegar al hotel y ver la famosa calle. Hicimos el check-in sin problemas, pero cuando entramos en la habitación descubrimos que mi pareja se había dejado el móvil en el taxi. Tengo un post donde explico toda la historia al completo, si te interesa puedes leerla aquí.
Dando el móvil por perdido, decidimos ir a Khao San Road y os aseguro que fue una auténtica locura para nosotros. Paseamos la calle completa y volvimos al hotel, parando en un 7-Eleven para comprar algo de cena. Ya habíamos tenido una primera toma de contacto con la ciudad, al día siguiente saldríamos a descubrirla.
Primer templo en Bangkok
Nos levantamos a las 8 para aprovechar el día. Desayunamos en una cafetería occidental, que aunque era un poco para turistas, nos hizo el apaño ya que estaba al lado del hotel. Bien desayunados, nos dirigimos al primer punto de mi lista: Wat Indharaviharn. Nada más entrar me quedé maravillada con su templo, el primero tailandés que veía. Pero sin duda, su plato fuerte fue su estatua dorada de Buda de 32 metros de altura.
Éramos prácticamente los únicos turistas así que echamos aquí casi una hora. Nos paramos a verlo todo e incluso subimos por la parte trasera del Buda.
El monte dorado
Nuestra siguiente parada fue el Monte Dorado al que fuimos andando para conocer más sobre las calles de Bangkok. Me sorprendió muchísimo la cantidad de veces que nos cruzamos con la imagen de su rey, muy venerado en este país.
Nada más llegar al monte pagamos la entrada que en ese entonces nos costó 50 THB y comenzamos a subir las escaleras hacia el Wat Saket. En total fueron 344 escalones donde nos encontramos figuras del zodiaco, cascadas, campanas y un gong que acabé tocando.
Una vez en la cima vimos toda la ciudad, no es que fueran las mejores vistas, pero es interesante ver los rascacielos al fondo. En cuanto al templo, no era nada del otro mundo. Bastante pequeño y sosillo. La gracia de este lugar está en el monte.
Al bajar, cuando estábamos a punto de marcharnos, encontramos una entrada a una especie de cueva cuyo nombre estaba escrito solamente en chino y en tailandés. Nos dio por entrar a mirar y encontramos una cueva con una estatua de Buda entre la roca. No conocía este lugar y cuesta bastante encontrar información sobre él, así que me alegro muchísimo de haber descubierto este rincón secreto.
El varano y el columpio
Seguimos andando con el calor que hacía dispuestos a llegar al siguiente punto. Por el camino, captaron mi atención la cantidad de tiendas de estatuas de Buda a escala real. Es muy curioso cómo veneran en Tailandia a Buda.
Antes de venir a Tailandia había escuchado sobre los lagartos gigantes que abundan por todo el país. Yo creía que no me encontraría ninguno durante mi viaje hasta que pasé por un puente y lo vi. Un varano nadando por el río. No sé cómo viven los tailandeses tan tranquilos sabiendo que en cualquier momento se te cruza uno de esos por la calle. Solo llegué a echarle una foto y no salió muy bien. Lo que no sabía era que no sería el único que vería.
Al final de la calle nos encontramos con el columpio gigante. Me cuesta creer que antes se columpiaban en él en una batalla que a veces acababa en tragedia.
El Gran Palacio
Una de las atracciones estrella es el Gran Palacio. Mientras nos dirigíamos hacia allí nos encontramos con una estafa típica a turistas. Estábamos esperando en un semáforo y una mujer nos preguntó a dónde íbamos. Cuando le respondimos que al Gran Palacio, nos dijo que estaba cerrado, pero a cambio nos recomendó un viaje en barco por el río. Recuerdo que lo primero que hice fue mirar a mi pareja y decirle: «no te lo creas, es una estafa» porque, por suerte, había leído sobre ella. Se puso a explicarme, pero en cuanto el semáforo se puso en verde, nos fuimos. Espero que otros turistas tengan la misma suerte que nosotros.
El Gran Palacio estaba llenísimo de turistas. Nos miraron mucho la vestimenta cuando entramos ya que se debe entrar con cierto decoro. Pagamos 500 bahts, la entrada más cara de todo el viaje. Por suerte, este sitio valió la pena.
El Templo del Buda Esmeralda es una auténtica pasada. Cubierto de oro y piedras preciosas. Al menos a mí me dejó sin palabras. Dentro estaba la estatua de jade o jaspe de Buda, en una sala con detalles, pinturas y cuadros en cada esquina. Era impresionante. No se podía sacar fotos, pero saqué una de manera disimulada. En cuanto a la estatua, al estar en un sitio tan grande, se veía pequeñísima.
En cuanto al resto del recinto es igual de impresionante, está lleno de edificios, pasillos, estatuas, pinturas… Puedes echarte un día entero aquí y no ser capaz de verlo todo. Nosotros echamos dos horas y aún así nos faltó.
Paradita para comer
Eran casi cerca de las 14:00 y estábamos deseando probar la comida tailandesa. Toda esta zona estaba llena de restaurantes así que escogimos uno barato y pedimos nuestros primeros platos. En mi caso me pedí Pad Thai, el plato más icónico del país por 70 bahts. Mi pareja arroz con carne y una cerveza Chang.
A él le gustó su plato, pero a mí el mío no. Fue una mezcla extraña que se me hace difícil de describir porque era como dulce y ácido a la vez. La verdad es que me asusté porque creía que todos los platos de aquí iban a ser iguales. Qué equivocada estaba.
El Buda tumbado
Con la barriguita llena teníamos que seguir. Justo en frente teníamos al famoso Wat Pho, con su estatua de Buda inclinado. La estatua es impresionante, pero lo es más porque está dentro de un espacio pequeño. Reconozco que resultaba incluso asfixiante. Mucha gente en muy poco espacio.
Una vez más, las pinturas de las paredes me dejaron boquiabierta. Me sorprendió ver que hasta los pies tenían pinturas. Lo que no sabía era que la estatua se pudiera ver también por detrás. Aunque no tiene nada para ver.
Fuera dimos un paseo por todo el recinto que estaba menos masificado.
Mi templo favorito
Nuestra última parada fue Wat Arun, para llegar hasta él tuvimos que coger un ferry que atravesaba el río. Mientras hacíamos cola, aproveché para comprar un imán para la nevera.
Al cruzar el río veíamos el templo y debo reconocer que era deslumbrante. Había muchísima gente ya que esa noche iba a tener lugar el festival Loy Krathong, al que queríamos ir. Nos perdimos por el recinto del templo y sacamos unas fotos espectaculares, eso sí, ninguna le hace justifica.
Una noche inolvidable
Sobre las 17:00 decidimos despedirnos y volver al hotel. En vez de usar el transporte urbano lo hicimos andando, por lo que pudimos encontrarnos con un festival de por medio. Al llegar al hotel nos acostamos esperando despertar para ir al festival, pero nos quedamos dormidos del cansancio.
A las 21:00, sabiendo que nos habíamos perdido el festival, nos fuimos a ver Khao San Road. Nos sentamos a cenar en este sitio. Me pedí el famoso gapao y aunque estaba muy bueno, no pude acabármelo de lo picante que era. Nos pedimos un cubo de caipiriña y nos sentimos libres y relajados. Hacía años que no nos sentíamos los dos así.
Quisimos probar algo exótico en los puestos de comida, como bichos o algo así, pero como temíamos enfermar, lo dejamos pasar. Volvimos al hotel comprando algo para picar y descubrimos que en Tailandia está prohibido vender alcohol a partir de las 12 de la noche. El dependiente vino con unas cadenas a cerrar la puerta del alcohol. No nos esperábamos algo así.
Nos estaba encantando el viaje a Tailandia, exceptuando la pérdida del móvil.
Al día siguiente íbamos a conocer más sobre su historia:
Tailandia día 2: las ruinas de Ayutthaya