Nikko es uno de los lugares más turísticos de Japón. Todo el mundo alaba siempre su belleza por lo que tenía que comprobarlo por mí misma.
Llegamos a Nikko
26 de agosto de 2019
Después de un largo viaje de casi tres horas cogiendo la ruta de trenes más barata para llegar, conseguimos poner pies en Nikko. La primera impresión que me dio fue que se trataba de un pequeño pueblo. No había edificios altos y las calles eran anchas.
Después de caminar durante 20 minutos, llegamos al puente Shinkyo. Este puente es considerado uno de los tres más bellos de Japón. Era el segundo que visitaba, el primero fue el puente de Iwakuni. Lo cierto fue es que no me pareció gran cosa. Un pequeño puente rojo. Lo más bello es el paisaje que le rodea con las aguas cristalinas del río que pasa por debajo. Sin embargo, esta imagen se ve empobrecida con la carretera justo al lado.
Recuerdo también la gran cantidad de libélulas que había. Se nos posaban en los hombros mientras echábamos fotografías. Nunca antes me habían gustado estos bichos, pero después de este día, reconozco que les cogí cariño.
El santuario de Nikko
Nos adentramos en las montañas de Nikko hasta llegar a nuestra siguiente parada: el templo Rinnoji, famoso por sus tres estatuas doradas. No pasamos mucho tiempo aquí ya que teníamos ganas de visitar el santuario Toshogu, el más famoso de todos.
Fuimos cuesta arriba por un precioso camino cubierto de árboles altos. Tras pasar un torii al final, llegamos a la pagoda de cinco pisos del santuario Toshogu. Era preciosa y estaba muy cuidada. Destacaba su color rojo entre la naturaleza verde.
En este punto había muchísimos turistas. Apenas había espacio para caminar. Tras pagar la entrada, entramos al recinto. Al principio hay varios almacenes que destacan por sus tallados. Sin duda, el más famoso es el que tiene la imagen de los tres monos que «no ven el mal, no dicen el mal y no oyen el mal». Me sorprendió ver que no eran los únicos monos, sino que había muchos más.
El santuario Toshogu era precioso, pero había tantos turistas que apenas puedes disfrutarlo. No obstante, merece venir a verlo. Tiene una arquitectura muy recargada con muchos tallados y detalles que huye de la sencillez japonesa. Ni siquiera algunas de las obras que se estaban llevando a cabo hicieron que el santuario perdiera belleza.
También hicimos una parada para entrar en el salón principal Honjido. Tuvimos que hacer cola porque solo dejaban entrar a un determinado grupo de personas con un guía. Una vez dentro, nos estuvieron explicando sobre la arquitectura del salón que tenía un dragón dibujado en el techo. El sacerdote se posicionaba debajo de la imagen y hacía chocar dos trozos de madera lo que generaba una curiosa acústica con eco parecido a un grito o lloro. Quedé impresionada con esta demostración.
Para finalizar la visita al santuario, lo recorrimos por detrás visitando el mausoleo de Tokugawa Ieyasu. Lo que mejor recuerdo son las escaleras que tuvimos que subir.
Mi mayor error
Al salir del santuario continuamos por un precioso camino flanqueado por árboles y faroles japoneses. Al final del camino llegamos al santuario Futarasan. Tengo que reconocer que después del santuario Toshogu, el santuario Futarasan es mucho menos espectacular. Lo más bonito es tal vez el paisaje que le rodea.
Luego nos acercamos al mausoleo de Tokugawa Iemitsu y aquí cometí una equivocación muy grave de la que me arrepiento mucho. No entré. La razón fue económica. La entrada al santuario Toshogu había costado, si la memoria no me falla, unos 1300 yenes. La entrada al mausoleo eran 550 yenes. En ese momento pensé que no sería tan espectacular como el santuario Toshogu, así que decidí no entrar. A día de hoy me sigo arrepintiendo de mi decisión. Pero me sirve de excusa para volver.
De camino al Abismo
Decidimos bajar de nuevo a la zona del río. Por el camino probé por primera vez un taiyaki, un pastel en forma de pez. Me lo pedí relleno de crema. Recuerdo que me gustó mucho, pero no le eché foto porque no tenía la forma de pez.
Una vez cerca del río los turistas quedaron atrás y comenzamos a sentirnos más tranquilos. Nuestro objetivo era visitar el Abismo Kanmangafuchi. Un camino lleno de estatuas de Jizo. Reconozco que esta zona me pareció increíble, especialmente el color del agua del río. Hasta la fecha no he vuelto a ver ningún color igual.
Tras esto dimos por finalizado nuestro viaje a Nikko. Me quedé con ganas de ver mucho más por lo que si en un futuro vuelvo, me quedaré una noche aquí y además alquilaré un coche para visitar los alrededores donde sé que hay una preciosa cascada.
Mi próxima escapada sería a una ciudad mucho más cercana:
Japón día 9: la animada Yokohama